La afición a cortar toros le viene a Carolina de la infancia. De
tanto ir con la familia –padres, tíos- a ver concursos y exhibiciones,
una tarde se marcó su propio desafío: “Eso lo tengo que hacer yo”,
se dijo, y desde entonces no ha parado de practicar. Becerritas primero,
en capeas y similares; luego vacas en concursos y exhibiciones y,
ahora, los toros. “Debuté con vacas de miura, en lo que fue el estreno
de esa ganadería en vacas y el mío. La final del concurso no fue
muy bien, pero en las previas hubo una serie que me salió bordadísima;
quedé la segunda”, memora.
Su condición de rareza en una profesión de hombres hace que los empresarios de
las plazas la fuera llamando; hasta ahora, iba por su cuenta a los concursos
que la seducían, pero en la próxima temporada pretende trabajar contratada por
Tororecorte, lo que le garantizaría más de 80 festejos al año. Ella sabe ya lo
que es estar 90 tardes de un año lidiando con vacas en los alberos de media España.
“Pero prefiero el toro a la vaca, porque, aunque sabes que si te coge la paliza
será mucho mayor, el toro se te viene con fuerza, con fiereza y es mejor para
el recorte”.
La primera vez que Carolina vio, estando de rodillas, que se le venía un toro, tuvo la sensación de que se jugaba la vida, y la certeza de que iba a “salir airosa”. Lejos de aterrorizarse, la única mujer en la profesión dice que “hay que sentirlo en carne propia, porque no se puede explicar: ves un bicharraco enorme y, desde el ruedo, oyes perfectamente las pisadas del toro y cómo tiembla la arena conforme se te acerca”. ¿Miedo? “Miedo no, respeto”, diferencia. El pavor asoma cuando la recortadora está recién salida de una lesión y es consciente de que el animal la puede arrollar. “La locura es que sabes que no estás al 100 por ciento, que te puede coger y, aun así, lo haces; anécdotas aparte, lo importante es estar mentalmente bien, porque entonces sientes respeto y ganas de disfrutar”.
La única recortadora de España es autodidacta en las cosas del toreo.
“He aprendido con la técnica del ensayo y el error, en capeas, poniéndome
muchas veces por delante y creándome mi propio estilo”. Aun con 80
o 90 festejos por año, dice Carolina que es “muy difícil vivir de
los recortes”; porque hay concursos y exhibiciones en los que se
agencia 1.000 euros y otros casos en los que un poco más y sale perdiendo
dinero. “Se hace por afición y, aunque pasas miedo, no hay dinero
suficiente para pagar lo que se siente en el ruedo”.
El hecho de ser mujer le beneficia en contrataciones, pero no una vez en el ruedo.
“Los hay que me tratan como a una compañera más, pero hay otros que infravaloran
mi trabajo”. A veces el respeto se gana entre sustos y aplausos: “En la primera
temporada de concursos con vacas recorté a una por los dos pitones y la salté,
con lo que me gané el respeto; además tengo variedad de repertorio”. Hitos: Móstoles,
pese al flojo debut (volvía de una lesión que aún le molestaba), y Castellón,
en la que hizo la exhibición de su vida. Lleva dos cornadas pero, si se cuida
y practica en el gimnasio, habrá recortadorada para rato; “estaré en los recortes
hasta que el cuerpo aguante, porque es muy difícil desengancharse”, como sabe
por los compañeros.
La familia le pide que lo deje. Si por salario fuera, debería hacer caso a sus padres: “En un trabajo normal ganas lo mismo y no te juegas la vida”, asume. Pero ella prefiere seguir compatibilizando los recortes con trabajos convencionales, de camarera a socorrista, según los tiempos. “Casi nadie vive de los recortes y mucho menos durante el parón de invierno”. Sobre el futuro, dice que le gustaría “saber estar en una plaza” y espera “llegar lejos”, si las lesiones no lo impiden. “Me jugaré lo que no está escrito”, avisa. No le agobia no vivir de los toros: “Prefiero que sea un afición”. Le habría gustado, no obstante, haber “continuado estudiando para terminar el curso que le queda del módulo de Deportes”. Quizás lo retome “cuando consiga algo de seguridad/estabilidad”.